El 11 de febrero celebramos en la Iglesia la Jornada Mundial del Enfermo. La Iglesia, como madre, piensa sobre todo en los enfermos. El Papa nos recuerda “que los gestos gratuitos de donación, como los del Buen Samaritano, son la vía más creíble para la evangelización” y que “el cuidado de los enfermos requiere profesionalidad y ternura, expresiones de gratuidad, inmediatas y sencillas como la caricia, a través de las cuales se consigue que la otra persona se sienta “querida”.
La vida es un don de Dios y “no se puede considerar una mera posesión o una propiedad privada, sobre todo ante las conquistas de la medicina y de la biotecnología, que podrían llevar al hombre a ceder a la tentación de la manipulación del “árbol de la vida” (cf. Gn 3,24)”. En el don se refleja el amor de Dios, que culmina en la encarnación del Hijo, Jesús, y en la efusión del Espíritu Santo. Este don es capaz de desafiar el individualismo y la cultura del descarte, e impulsar nuevos formas de cooperación humana entre los pueblos.
Cada hombre es necesitado e indigente desde su nacimiento. Somos criaturas siempre necesitadas, radicalmente pobres, por lo que hemos de ser humildes para recibir y para dar, y reconocer que la solidaridad es algo imprescindible, una condición para vivir. Dios mismo se vuelca sobre nosotros porque ve nuestra indigencia y debilidad. Su ejemplo nos guía para acompañar a los que sufren con comprensión y ternura.
Quienes cuidan a los enfermos y los voluntarios lo saben bien. Su atención desinteresada es un testimonio que evangeliza y un portador de esperanza. El voluntariado nace de la donación y la relación, fortalece la solidaridad, proporciona alegría y nos muestran la fuerza de la gratuidad. Gracias, amigos voluntarios, colaboradores de la pastoral de enfermos, por vuestra inestimable ayuda, por vivir la espiritualidad del Buen Samaritano: que no falte en ninguna parroquia, en ningún hospital o residencia de ancianos. Gracias por vuestra constancia. El Señor os regala un corazón misericordioso, sensible al dolor y a los necesitados, un corazón semejante al suyo que crea un estilo de vida. Os invito a cuantos trabajáis en equipos parroquiales a seguir en esta ilusionante tarea, profundizando en vuestra formación, en la oración y el encuentro que os hace más eficaces.
Que os acompañe la Virgen María, que invocamos como “Salud de los enfermos”, donde aprendemos a darnos con un corazón generoso, a servir con alegría y a acompañar con ternura a los que padecen cualquier enfermedad.
+ Rafael, Obispo de Cádiz y Ceuta