Queridos fieles diocesanos,
Cada año llega la Cuaresma puntualmente. Ya está aquí. ¿Cuántas hemos vivido en nuestra vida? ¿Nos han servido? Esperemos que sí, pero ¿nos servirá de algo la que hemos comenzado? ¿Cambiará nuestra vida? Ya nos hemos quitado las caretas del carnaval, pero desprendernos de las que nos ha puesto la rutina de la vida o el pecado cuesta mucho más. Ha llegado el momento de volver a lo esencial, el tiempo de recuperar la libertad.
La Cuaresma es un tiempo de profunda renovación bautismal en el que, si queremos, podemos estrenar una gracia inédita que pasa a la vera de nuestra vida. Debemos, pues, vivirla como un tiempo de gracia en el que Dios, como el Padre de la parábola del hijo pródigo, ansía nuestro regreso. No basta con ser un simple espectador de la liturgia o integrante de alguna devoción de piedad. Dios espera más, porque nos quiere agraciar con más. En una palabra, Dios nos está esperando. Nos ofrece la verdad que viene con la alegría del Evangelio. Su vida nos vivifica, esto es, el paso (la Pascua) de Cristo resucitado, así como la muerte (el pecado y el hombre viejo) nos mortifica.
Os invito, por tanto, a vivir la Cuaresma intensamente. Este itinerario personal, que parte del interior, del corazón, lo vivimos todos juntos, como un pueblo, una comunidad, que necesita apoyos externos, comunitarios y eclesiales; por esto encuentra en la liturgia su camino espiritual más fecundo y la garantía sacramental de la fuerza del Señor que se abraza a nuestra existencia personal.
He dispuesto para esta Cuaresma varias propuestas concretas que los sacerdotes de las diferentes parroquias os ofrecerán. Quiero agradecerles cordialmente su inestimable colaboración, pues sin su celo de pastores que buscan vuestro bien no sería posible hacerlo. Os pido que las aceptéis para amar más al Señor. Son las siguientes:
1. Charlas cuaresmales
Os invito a participar en las Conferencias o Charlas Cuaresmales que se ofrecerán en diferentes lugares y con diversos calendarios, centradas en la Exhortación del Papa Francisco Evangelii Gaudium. Las claves de la exhortación del Papa nos devolverán la frescura de la fe en Cristo, la posibilidad de renovar la Iglesia y el gozo de evangelizar.
2. Renovar la vida de bautizados celebrando la liturgia dominical del Ciclo
A
La liturgia del tiempo cuaresmal sigue propiamente el proceso con el que los catecúmenos se preparan para el bautismo. Este año (el Ciclo A) lo expresa más claramente. Seguir sencillamente este itinerario sería suficiente para la renovación interior de la vida de los hijos de Dios. Quisiera que una liturgia más expresiva llegase a introducirnos en este camino de renovación y que la meditación de la Palabra de Dios nos adentrase en el diálogo con Él. Os invito, por tanto, a vivirla con la ayuda de vuestros sacerdotes y las indicaciones que la Delegación de Liturgia ofrece a las parroquias.
3. Experimentar la gracia del perdón en el Sacramento de la Reconciliación
La Cuaresma es el tiempo de la Misericordia por excelencia en el que recibimos el abrazo del Padre y aprendemos a abrazar la carne herida de nuestros hermanos, especialmente la de los que más sufren. En este ambiente de gracia el Sacramento de la Reconciliación constituye un momento fundamental. Os invito encarecidamente a experimentar la renovación profunda de la gracia de Dios, que nos reconcilia sacramentalmente y nos regenera interiormente, confesando los pecados para recibir con el perdón, el abrazo de Dios misericordioso.
El Santo Padre, convencido de la necesidad del Sacramento de la Penitencia, a través del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización ha lanzado una iniciativa llena de unción cuyo objetivo es mostrar, incluso físicamente, que las puertas del corazón de Dios Padre están siempre abiertas para acoger a todos los pecadores, especialmente los más alejados de Él. Esta iniciativa se llama “24 horas para el Señor”. Consiste en que se abran las puertas de las parroquias o iglesias a partir de las 17.00 h. del viernes 28 de marzo y por espacio de 24 horas se atiendan las confesiones de los penitentes que se acerquen, viviendo durante ese tiempo, un momento más o menos prolongado de adoración eucarística.
La iniciativa tiene la fuerza simbólica de las puertas abiertas que expresan la espera y la acogida sin condiciones en la casa del Padre bueno, la familia de la Iglesia. Por otra parte tiene la potencia de ser una acción eclesial, unitaria, con lo que esto significa de intensidad sobrenatural por la fuerza de la intercesión de tantos monasterios, enfermos y en general de todos los cristianos a los que os pido que oréis con especial empeño en ese día. El Santo Padre encabezará esta iniciativa con una celebración penitencial en la Basílica de San Pedro después de la cual los templos más importantes de Roma quedarán abiertos para la adoración del Santísimo con confesores disponibles hasta las 16.00 h. del día siguiente, hora en la que se celebrarán las primeras vísperas del Domingo IV de Cuaresma, con idea de que a partir de este año se confirme una tradición en torno a este Domingo IV, llamado justamente Laetare por la alegría de la salvación.
Tenemos una gran oportunidad de gracia que dará mucho fruto porque es el Espíritu Santo el que trabaja en los corazones, en los nuestros y los de nuestros contemporáneos que necesitan tanto consuelo, sanación, paz y reconciliación. Oremos desde este momento por ese gran día de la misericordia y preparemos nosotros mismos nuestros corazones para recibir el poder de la Ternura de Dios, aquella que es capaz de hacer nacer de nuevo a quien la recibe con humildad de niños, como María. A ella encomiendo esta iniciativa, invocándola como Reina y Madre de Misericordia.
Para preparar esta celebración podéis consultar la página web www.novaevangelizatio.va de la Pontifica Comisión para la Nueva Evangelización. También en los días previos llegarán a vuestras parroquias los trípticos para la confesión que otros años hemos enviado desde el Obispado y que ya han prestado un gran servicio.
4. Un esfuerzo significativo de caridad con los pobres y necesitados
La vida de fe está ligada profundamente a la caridad. El ayuno y la limosna nos hacen comprender que podemos prescindir de lo nuestro en beneficio de los demás, y que este aparente empobrecimiento nos enriquece con el amor del Señor. A través de los otros y de sus necesidades reconoceremos mejor nuestras carencias y nuestra verdadera fuerza: la caridad. El cristianismo no es una regla sin alma, un prontuario de observancias formales para gente que pone buena cara para esconder un corazón vacío de caridad. En la tremenda situación actual en la que palpamos tanta pobreza, el sufrimiento menesteroso de los que viven en situaciones extremas sin lo más necesario para subsistir, el grito de su dolor se convierte en mensaje urgente del Señor para nosotros, que nos pide rasgar los corazones, no las vestiduras, y amar al pobre, con quien Cristo mismo se ha identificado. El ayuno y la limosna cuaresmal debe hacerse desprendimiento efectivo de aquello que nos cuesta, algo más que lo superfluo, pues a los empobrecidos les cuesta la vida. Esta senda del amor nos dará también una presencia mayor de Cristo en nuestra vida, pues Él camina junto a nosotros y se compadece de nuestra debilidad. Ha dicho el Santo Padre recientemente: ”¡Aquél es el ayuno que quiere el Señor! Ayuno que se preocupa por la vida del hermano, que no se avergüenza de la carne del hermano. Nuestro acto de santidad más grande está precisamente en la carne del hermano y en la carne de Jesucristo. El acto de santidad de hoy no es un ayuno hipócrita: ¡es no avergonzarse de la carne de Cristo que hoy viene aquí! Es el misterio del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Es ir a compartir el pan con el hambriento, a curar a los enfermos, los ancianos, aquellos que no pueden darnos nada a cambio: ¡no avergonzarse de la carne, es eso!”
Es la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que seamos transformados por el Espíritu Santo a imagen de Cristo que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza.
Deseo y pido al Señor que nos aproveche la oración común de toda la Iglesia y la oración nuestra de unos por otros, que es la expresión primera de nuestra fraternidad.
Dado en Roma, junto a los sepulcros de los apóstoles, durante la Visita ad limina
8 de marzo de 2014
Rafael Zornoza Boy,
Obispo de Cádiz y Ceuta